Hoy
por hoy, y dentro de nuestra cultura, las iglesias son casi con exclusividad
lugares de culto; nunca las asociamos con enterramientos ni cementerios, ya que
este recinto se encuentra fuera del casco urbano, como había ocurrido en otros
tiempos, no sólo para los cristianos, también para musulmanes y judíos.
La voz cementerio significa "lugar
de descanso, de dormición". Procede del griego koimeterion, de koimeo:
"yo descanso, yo duermo".
La
costumbre de enterrar fuera de la población ya se recoge en las antiguas leyes
romanas, que prohibían los cementerios dentro del recinto urbano. Incluso los
de incineración.
Estos romanos tenían también la costumbre de construir sobre sus hipogeos o
tumbas, salas en que se juntaban para honrar la memoria de sus muertos y
celebrar los festines de costumbre.
Los cristianos copiaron asimismo la celebración de sus
comidas funerarias en aquellos lugares, punto de partida para la creación de
los altares sobre los sepulcros de los mártires. Pero el número de los muertos
llegó a ser tan elevado que no fueron suficientes las catacumbas para
enterrarlos. Entonces, algunos ciudadanos ricos que habían abrazado el
cristianismo, ofrecieron sus posesiones y tierras para sepultar en ellas a los
cristianos.
Este es el origen de los cementerios que había en las
cercanías de Roma, más de 40, donde se construían altares y capillas para las
ceremonias fúnebres y otras prácticas religiosas.
La
expansión de los núcleos urbanos acabó rodeando los cementerios exteriores,
creando estos espacios dentro de la ciudad, sin poder enterrarse en el
interior, salvo clérigos o personas de relevancia.
En
las Partidas de Alfonso X el Sabio se dice que se diera sepultura a los cuerpos
de cristianos cerca de las iglesias y no en lugares yermos y apartados de
ellas, por los campos, diferenciando con ello el cementerio cristiano del judío
y musulmán. Ya en las mismas Partidas se establece que al construir cualquier
iglesia se debía señalar un espacio con medidas precisas para el fonsario, que
al ser un lugar abierto cercano a plazas y lugares públicos, también fue
considerado como lugar de reunión, comercio o diversión. Pero en esta época
nunca consiguió el “común” traspasar los muros del templo, salvo
contadas personas “merecedoras de ello” por sus donaciones, rango o
santidad.
En
la Edad Media ,
muchos reyes se enterraron en el atrio de las iglesias. Otros se construyeron
panteones en monasterios y catedrales, y en el siglo XIII era privilegio de algunas
familias poderosas procurarse su enterramiento en conventos fundados por ellos
o adquiriendo capillas o criptas con fuertes donaciones. La iglesia, que vio en
ello evidentes ventajas económicas y de influencia, fue considerando aquella
postura de resistencia a los enterramientos interiores.
Lo
funerario acabó siendo también controlado por la iglesia, merced a la presión
de los fieles ante la relevancia religiosa y social que suponía tener un
sepulcro en el interior de los templos. La apertura de los siglos XIV y XV fue
total, surgiendo de este modo una estructuración del espacio sagrado, pues no
era lo mismo enterrarse junto al altar que a los pies, lugar reservado a los
pobres. La construcción de capillas laterales con altares propios evitó la
concentración en torno al presbiterio.
En
el siglo XVI todas las iglesias ya eran cementerios comunes, con todo el
pavimento cubierto de sepulturas, donde el incienso y el repetido encalado
trataban de conservar algún tipo de higiene. Al ser un espacio limitado, fueron
frecuentes las “mondas” o levantamientos de cadáveres para enterrar a
otros, de tal manera que eran depositados en osarios situados en el exterior,
junto al ábside o cercano a las puertas.
En
la Villa de Torrijos, con varias iglesias y monasterios, las sepulturas se
repartían entre la parroquia de San Gil, donde se enterraban las grandes
familias (Cepeda, Yepes, Covarrubias, etc.) junto al resto del “común” (aunque
no revueltos), y los diferentes monasterios, con las sepulturas de los que
fueron sus moradores. Cabe destacar en este punto que D. Gutierre y Dña. Teresa
levantaron en el monasterio de Santa María de Jesús su propio panteón familiar,
del que podemos admirar en la actualidad su túmulo.
En
la Colegiata
también se produjeron enterramientos, aunque sin la masificación de la antigua parroquia.
Entre los más importantes encontramos los del Licenciado Pedro de Valderrábanos
(en la Capilla
de San Gil), contador mayor de D. Gutierre y albacea testamentario de Dña.
Teresa, y el enterramiento de D. Pedro Alonso de Riofrío (junto a la reja del
coro) capellán mayor de la
Colegiata.
Así
llegamos a finales del s. XVIII no sin que antes se hubiese escuchado hacía
tiempo la voz autorizada de los médicos y sanitarios de diversos países de
Europa que clamaban por la desaparición de la práctica de continuar enterrando
dentro de las iglesias porque podía dar lugar a verdaderas epidemias y sobre
todo a malos olores, insoportables durante las misas y demás reuniones de
fieles.
En
un dictamen presentado por la
Real Academia de la Historia sobre el tema de los cementerios dentro
de las iglesias, señalan que Sánchez Porcina ya decía que nuestros católicos
Monarcas mandaron hacer el Panteón fuera de la Iglesia de El Escorial
para dar ejemplo a sus vasallos y abandonasen la práctica de ser enterrados
dentro de los templos que era una "detestable y diabólica
práctica".
Dicen
los autores del dictamen: "Es falso que el Real Panteón de El Escorial
se hiciese por semejante razón, antes bien se sabe que Felipe II, para
satisfacer la voluntad de su padre Carlos V, lo dispuso de suerte que el
cadáver de dicho Emperador quedase bajo el mismo altar mayor de dicha Iglesia
donde efectivamente está su cuerpo y el de sus sucesores hasta Carlos II".
En
una carta suscrita por D. Félix del Castillo dirigida a D. Pedro Rodríguez
Campomanes, primer Fiscal del Consejo y Cámara de Castilla, se hace mención de
la súbita muerte sufrida por un hombre que respiró el aire de un sepulcro
violado de un subterráneo. Con en este ejemplo y otros parecidos apoyaba la
idea de eliminar los cementerios de las iglesias.
Todos
los informes de los académicos coinciden en afirmar que el aire de las
iglesias, especialmente en verano, era maloliente e irrespirable por las
emanaciones de las sepulturas y todo el incienso que se quemaba no era
suficiente para disimularlo.
Estos
informes sirvieron para llamar la atención de las autoridades en 1777 y 1781. A partir de ellos se
generó una legislación sobre los lugares y situación de los cementerios.
También
se hizo en París una consulta a la
Facultad de Medicina en 1781 sobre el peligro que podían
ocasionar para la salud de los vivos las sepulturas dentro de los pueblos. Y el
informe probó con muchas experiencias y razones "que los vapores
mefíticos que se exhalan de las sepulturas, no eran solamente desagradables
sino que eran perjudiciales y podían producir una peste".
Como
dato de mayor interés se menciona el hecho de que: "se harán los
cementerios fuera de las poblaciones, siempre que no hubiera dificultad
invencible o grandes anchuras dentro de ellos, en sitios ventilados e
inmediatos a las parroquias y distantes de las casas de vecinos, y se
aprovecharán para capillas de los mismos cementerios las ermitas que existan
fuera de los pueblos, como se ha empezado a practicar en algunos con buen
suceso".
El
Consejo de Castilla dictó el año 1787 nuevas normas aplicables a las "limpias
y mondas" de las sepulturas en las parroquias. Las Reales Ordenanzas
de 15 noviembre 1796 dispusieron el traslado de todos los cementerios a las
afueras de las poblaciones, y mientras esto se llevase a cabo, los cadáveres
debían sepultarse en profundidad.
De
nuevo en una Cédula Real de Carlos IV de 19 enero de 1808 se instituyen reglas
para acabar la construcción de cementerios bien ventilados en las afueras de
las poblaciones. A la vez, la
Comisión de Construcción de Cementerios dicta una disposición
mandando que los cadáveres se trasladen prontamente a los cementerios.
En
Torrijos, el primer cementerio se levantó junto a la antigua ermita de San
Sebastián, en el camino de Albarreal, a mediados del siglo XIX, pasando en 1967
al actual emplazamiento, unos metros más alejado de la población, en la misma
carretera.
De esta
manera fue desapareciendo la antihigiénica práctica de enterrar a los muertos
en las Iglesias. Los cementerios municipales vinieron a sustituir las antiguas
formas de enterramiento y, desde entonces, siempre fuera de los pueblos y las
ciudades.
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